viernes, 11 de marzo de 2016

1-.El Concilio - El Renacer del Lobo

 Las voces entrechocaban unas con otras, nadie compartía el mismo punto de vista de los demás y ninguno quería dar su brazo a torcer. El concilio había sido un fracaso, todo el esfuerzo sería en vano. Allí se reunieron la mayoría de notables de Middenheim, de las principales ciudades de Middenland e incluso de más allá de sus fronteras. Donde solo debería haber representantes religiosos del Culto del Lobo, había desde capitanes y burgueses a escuderos y pajes. Esto se debía a que el culto estaba descompuesto y había sido casi destruido desde su núcleo. El alboroto era ensordecedor. La mayoría de los presentes eran representantes en funciones de sacerdotes, que seguían luchando contra las fuerzas del caos o que simplemente habían muerto y todavía nadie ocupaba sus puestos.

Ulfgrin se encontraba rodeado por gente de lo más variopinta, como protector del culto de Midden se encontraba en los asientos intermedios entre las gradas y el púlpito del Ar-Ulric. A su derecha estaba sentado un hombre de finas prendas y aspecto callado, todavía no conocía su nombre, en cambio, a su izquierda se encontraba el belicoso Ordgar, capitán del controvertido regimiento, Mancebos de Loba. Ordgar y su banda de rufianes, dejaron atrás su condición de mercenarios y consiguieron el grado de regimiento honorífico de la ciudad, por participar en la defensa de la misma. El iracundo y gordo canalla no paraba de mencionar este hecho, utilizándolo como un argumento más en su irritable retórica. Ulfgrin detestaba a aquellos mercenarios sin honor que ahora eran tomados como salvadores y no paraban de exigir cargos. Gesticulaba fuertemente y con sus rechonchos codos daba pequeños golpecitos en el costado de Ulfgrin, que se mantenía impasible aun sabiendo que las caricias del mercenario estaban hechas más a posta que por el simple hecho de la gesticulación. Los asistentes parecían lobos enfurecidos peleándose por un minúsculo pedazo de carne.
 Entonces, Dragnar golpeó la mesa del púlpito, quebrando la madera bajo su puño. El silencio imperó en la sala. El gigante ataviado con pieles de lobo se levantó:

-Una cosa está clara, no podemos dejar morir el culto - dijo levantando la voz para que le oyeran todos - discutiendo en esta sala no conseguiremos nada, hay que aunar fuerzas para combatir al verdadero enemigo.

 La acción del temido templario y héroe de guerra silenció a los asistentes, por primera vez en horas, todos estaban de acuerdo en algo. Dragnar prosiguió:
- Tantos años batallando contra infieles y bazofia orca que nos olvidamos de lo más importante. Hemos fallado a la fe. - la muchedumbre empezó a murmurar - Hemos fallado, ya que, sin creyentes no existe la fe.
 Dragnar estaba en lo cierto, el Culto de Ulric había perdido adeptos en la mayoría de ciudades de Reikland y Nordland, provincias en las que antes de la Tormenta, el Culto de Ulric tenían una mínima representación. No sabían nada de los encargados de los templos y las capillas, de todas partes llegaban noticias de sacerdotes borrachos que eran expertos en convertir el oro de los templos en cerveza o de capitanes que dedicaban a extorsionar a la población en nombre de Ulric.
 Dragnar empezó por proponer cuestiones vitales para la renovación del culto. La reconstrucción de los templos era lo que más preocupaba, argumentando que lo mejor sería ayudar a las comunidades de frontera y grandes ciudades. Después, pasó a proponer la creación de un cuerpo especial de sacerdotes que investigarían los nuevos cultos que se habían desarrollado dentro y fuera de Middenland, para que estos puedan ser combatidos con más dureza. Por último, propuso la prohibición de la exaltación de todo culto que no fuera el de Ulric dentro de las fronteras de Middenland, para así proteger el culto y expulsar los cultos extranjeros que aun no siendo del caos, habían empezado a instalarse en el territorio. La creación de nuevos espacios y congregaciones religiosas debería ser aprobada por el consejo de Middenheim y las acciones de estos cultos se supervisarían por los Havmal de Ulric, que eran los encargados de las cuestiones teológicas del culto y los que protegían las antiguas leyes.

 Nadie se opuso a las nuevas normas propuestas por el templario y al acabar su discurso los integrantes empezaron a discutir en qué términos se llevarían a cabo estas nuevas reformas. Dragnar gesticuló con su mano indicando a Ulfgrin que se le acercara:

- Tengo un papel especial para ti - dijo mientras sacaba y extendía un mapa encima de su mesa - ¿Ves esta ciudad aquí al lado del camino? Será tu nuevo destino.

Ulfgrin leyó en el mapa el nombre de la ciudad:

- ¿Hotzheim? ¿Y que hay en esta minúscula ciudad que requiera nuestra atención? - dijo sorprendido el guerrero.

- De momento tendrás que viajar con tus hombres a la ciudad y esperareis ordenes - contestó tajante.

- ¿Y la ciudad? ¿Quien la dirigirá a la guardia entonces? - contestó el joven preocupado.

- Ordgar y sus hombres te sustituirán al mando de la guardia, tus hombres están agotados y son pocos, se merecen un descanso. Además Ordgar a reclutado nuevos hombres que nos serán más útiles aquí que en Hotzheim.

- Dragnar, no se hasta que punto confías en esos idiotas, pero a mi no me gustan nada - le dijo en confianza apelando a su vieja amistad.

- Por eso te confió esta tarea a tí, prefiero tener a… esos idiotas, cerca, en la ciudad para poder controlarlos mejor - le sonrió el grandullón - además te tengo que pedir una tarea más. Los monjes bretonianos que pregonaban blasfemias por la ciudad durante las últimas semanas, están arrestados y tienen que ser devueltos a Bretonia lo antes posible en base a las nuevas leyes. - añadió.

- ¡¿Arrestados?! Pero… - miraba a su superior con incredulidad.

- Ulfgrin, tengo que irme - le dijo el templario de modo cortante mientras apretaba su hombro - toma esta carta, aquí se describen todas las indicaciones como los permisos que necesitarás para tu tarea, vete preparando a tus hombres, seréis recompensados por el culto…

 Casi sin terminar la frase, Dragnar se alejó y se perdió entre la muchedumbre. Ulfgrin notaba a su amigo distante, cada vez se convencía más de lo que comentaban los hombres sobre el templario, la Guerra lo había convertido a Dragnar en un hombre diferente.

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